El androcentrismo no solo es una visión del mundo centrada en el punto de vista masculino; es una visión que situa a los hombres en el centro de todas las cosas y que viene considerado como la mejor, la única posible y la universal.
El androcentrismo implica que, dado que la mirada masculina da valor y reconocimiento, lo que es bueno para los hombres es bueno para la humanidad. Las cosas serán importantes, buenas o malas, en relación a la mirada parcial de los hombres. Es una forma de discriminación sexista hacia las mujeres.
Esta visión del mundo invisibliliza a las mujeres y sus logros, porque valora más los campos de los que previamente se las ha excluido y porque relega su protagonismo al ámbito privado, que es donde se ha otorgado valor social a las actuaciones y prácticas realizadas por las mujeres. El androcentrismo es a la vez condición para construir el poder de los hombres sobre las mujeres y, en la medida que se alimenta de esa desigualdad, también es su consecuencia.
Desde esta posición de poder se reproducen y alimentan los mecanismos que hacen posible que la desigualdad se mantenga, se infravaloran los trabajos realizados por las mujeres y su influencia en la vida social y generan fuertes resistencias al cambio hacia la igualdad. Así, la visión androcentrista ha condicionado la educación, la ciencia, la economía, la sanidad, la política…, situando el protagonismo de mujeres y hombres de forma diferente y construyendo referencias simbólicas, identidades y subjetividades distintas en hombres y mujeres basadas en su sexo biológico .
Nuestro aprendizaje y nuestras relaciones sociales están profundamente marcadas por el androcentrismo y, por consiguiente, nuestras expectativas, tanto personales como colectivas, también.
Considerar la mirada masculina la única medida válida para todas las cosas supone considerar que los hombres son los representantes de la Humanidad. El androcentrismo pues, es machismo.